sábado, 10 de abril de 2021

Alberto Brauet: Un hombre de ciudad

 



                                                                                                              Foto Radio Guantánamo.

Por Lilibeth Alfonso Martínez. Fotos Ariel Soler C.

Recuerdo que me dijo apúrate y que era casi mediodía. En la tarde, se excusó, un auto vendría a recogerlo para llevarlo hasta Santiago de Cuba donde, al día siguiente, le entregarían oficialmente el Premio Nacional por la Vida y Obra del año 2018, que entrega la Unión Nacional de Arquitectos e Ingenieros de la Construcción de Cuba.

Pero lo que iba a ser “una entrevista rápida, Brauet, vas a ver”, se convirtió en una conversación vibrante de casi tres horas. Para salvar la grabación, tuve que editar mucho, entre comentarios impublicables –por íntimos o ríspidos-, las interrupciones –imperdonables en la radio- y las risas.

Hablamos de lo humano y lo divino. Del destino, de la fe, de la familia. Del amor a Guantánamo, de sus raíces, del orgullo de la sangre catalana que aún le corría por las venas y el carácter.

A pocas horas de la de Alberto Brauet del Pino, vuelvo a algunas de sus palabras…

Brauet, con talento para tantas cosas, ¿por qué la arquitectura?

Ahí hay de todo. Yo nací en Santiago de Cuba, el 9 de mayo de 1951, en una clínica que se llamaba Los Ángeles. Dice mi mamá que yo estaba en una cunita, al lado de su cama, cuando empezó a temblar y cayó un pedazo de repello del techo a mi lado.

Te imaginas mi pobre madre cómo se puso. Empezó a gritar por ayuda, y cuando vinieron las monjas, quizás para calmarla o quién sabe por qué, le dijeron “María, no se preocupe, es que el niño va a ser arquitecto”.

Mi padre, para colmo, un día me hizo un test con varias preguntas, de si me gustaba esto o aquello, y ya sabes, yo iba respondiendo sí, no… La conclusión es que cuando sacó la cuenta, todo cuanto he hecho en mi vida venía escrito: la música, las artes plásticas, porque empecé a esculpir desde niño, la arquitectura…

 

Así que le hizo caso al destino y a estudiar.

Entré a la Universidad de Oriente, pero a los dos años tuve que dejarla por problemas en la casa, que se agravaron con la enfermedad de mi abuelo materno. Y ahí comencé en la música, con mis hermanos.

Hasta que un día mi hermano mayor y mi mamá me llamaron y me dijeron: “oye, tienes que irte de nuevo a la Universidad”. Y eso hice, con el bate de aluminio, sacando muy buenas notas y encantado con lo que estaba haciendo. Me gradué en el 1977.

¿Cuánta influencia tiene el legado de su familia en la historia de su vida, una familia que además estuvo entre las que contribuyeron al crecimiento de Guantánamo, como lo conocemos hoy?

Yo estoy orgulloso del legado de mi familia, y quizás eso es una especie de vaso conductor que me hace sentir un amor natural por los espacios de mi ciudad, por la arquitectura, una sensación de apego, y de responsabilidad.

Mi bisabuelo catalán llegó a Cuba, empezó vendiendo en una bodega ajena y con los años se convirtió en dueño de almacenes –todavía, en el sitio fundacional de la urbe, donde estaba El Saltadero, quedan los carteles de los negocios de mi familia- minas, tierras…

Claro, cada generación está marcada por su época, pero en general siento orgullo de mi legado familiar.

Lo mismo, podemos decirlo de usted…

Mi legado, ahora que lo pienso, es muy disperso, porque empiezo construyendo un policlínico. En esos primeros años, integré un grupito de proyectistas para diferentes edificios gubernamentales…

Con la década de los ochenta, me caso con Miriam y empecé a trabajar en Cultura, donde mi personalidad encajaba más, me sentía más a gusto. Me vinculé a las obras socioculturales, a la construcción de casas de cultura, la restauración de la Rubén López Sabariego, trabajé en Salcines…

Mi legado es hacer cosas, diseñar cosas y dormir en el piso, porque en muchos de estos proyectos tuvimos que dormir en el piso.

El cuidado del patrimonio de la urbe también forma parte de ese legado. Su pasión por Salcines, su dedicación al Palacio, al resto de las obras valiosas que tenemos y a veces no sabemos valorar.

Iglesia Metodista,  edificio referente de la ciudad, en la esquina de Aguilera y Máximo Gómez, cuya cúpula restauró, un compromiso contraído con su padre desde los días de estudiante de arquitectura en la Universidad de Oriente, cuando la torre se derrumbó.  
El Palacio de Salcines, el ícono arquitectónico de Guantánamo coronado por La Fama, devenida símbolo de la ciudad

 

Yo soy amante de la tierra, de esta, pero no solo de la tierra, también de la gente, las personas…, la parte humana de la cuestión; aunque a veces tengo mis arranques, parte de mi herencia catalana.

Pero por encima de todo, está el amor por el lugar. Mi padre era así también. Cuando se derrumbó la cúpula de la iglesia metodista –Máximo Gómez esquina a Aguilera- , le cayó muy mal, aunque no somos metodistas y me dijo: cuando termines la carrera de arquitectura, trata de resolver la cúpula esa, y el Palacio Salcines.

He cumplido ese mandato lo mejor que he podido. La cúpula la levantamos desde cero, y se rescató ese ícono, esa referencia urbana porque qué sería de la calle Aguilera sin esa torre, ese campanario; en el Palacio Salcines he trabajado mucho, aunque a la postre no ha sido suficiente.

Hemos hablado mucho del pasado, y sé que le interesa la historia, pero sé que es un hombre del presente, que estudia pero hace al mismo tiempo, un guantanamero de ojos abiertos y críticos. ¿Qué opina de las construcciones nuevas que han aparecido en la ciudad, sobre todo, de particulares?

Hay cierta tendencia a la arquitectura fea, epiléptica, un neobarroco–los neo nunca son buenos- desproporcionado, manejado sin conocimiento… Todo enverjado por el miedo a la indisciplina. Eso ha penetrado en la ciudad, por suerte, mucho menos en el centro de la ciudad, y porque se controla más.

Llegamos a los premios, sé que tiene muchos reconocimientos. Qué significa este, dado por sus colegas arquitectos e ingenieros, quienes consideraron su valía y formación integral en todas las escalas del diseño arquitectónico y urbano, su trabajo de investigador, diseñador gráfico, industrial y de muebles, como conservador, restaurador…

Es un buen regalo desde el punto de vista sentimental, para mi familia, mi hija, para mi difunta esposa, a ella se lo dedico.

 


 

 

 

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