lunes, 19 de marzo de 2007

Cirujano... Maestro




Refinada educación, caballerosidad, apacibilidad, exquisitez en el trato... son atributos que tomaron cuerpo en Paulino Four Rodríguez, un hombre que desde la privacidad de una consulta o la frialdad de un quirófano ha convertido la palabra en paz y la acción en vida. Así es desde hace 43 años, cuando se recibió como médico en la Universidad de la Habana, la única que conocía Cuba al triunfo de la Revolución.
Las características personales pueden haberle nacido el 2 de marzo de 1934, cuando vino al mundo, pero fueron cultivadas con amor por la mano de Angélica Rodríguez, la madre, una campesina devenida telefonista ferroviaria, quien modeló su personalidad y fue acicate y estímulo en su desarrollo profesional, declara sin desmerecer al padre, Paulino, comerciante, ganadero, hombre de pueblo que en política llegaría a Concejal.
Así confiesa recordarla al abrirse a la memoria. Pasear por los años infantojuveniles en los antiguos colegios La Salle y Sara Ashur (hoy ESBU Pedro A. Pérez y Rafael Orejón, respectivamente) hasta graduarse como bachiller en Ciencias y Letras.
“Entonces me fui a La Habana, donde único podía hacerme médico. Corría 1953, año de convulsiones sociales, de activa lucha estudiantil contra Batista en la que yo participaba. Todo hasta diciembre de 1956, cuando desembarca Fidel en el Granma y clausuran la Universidad”.
Comienza un bienio de aparente calma. Regresa a Guantánamo, trabaja en una dependencia de Salud Publica en Carlos Manuel y Crombet (confección de carné de salud a trabajadores) y como su mamá (siempre la savia materna) integra una cédula del Movimiento 26 de Julio: es activo en el clandestinaje, la acción y el sabotaje, la venta de bonos, las reuniones conspirativas...
“Al triunfo de la Revolución vuelvo a La Habana, reinicio los estudios y me gradúo en 1963, cuando se produce la emigración masiva de médicos hacia Estados Unidos: tres mil se van, tres mil quedamos y tras una reunión con Fidel comenzamos a llevar salud a todos los rincones del país.
“Regreso a Guantánamo, a Santa Catalina de Sagua. Soy médico e inversionista de un hospital por terminar. Lo inauguramos en 1964. Nos apoyan Machado Ventura, por entonces ministro de Salud; José Miyar Barruecos (Chomy), reponsabilizado con la atención a hospitales rurales... como médico hice de todo, recuerdo un parto sorprendente:
Una campesina... el foco era confuso, ruidoso. Llega el momento: viene uno, otro... y cuando pienso que termino aparece un tercero. Al salir el padre me pregunta:
-¿Cómo está el niño?
-¿Los niños?, muy bien –respondo-, ahora tienes ocho hijos.
“Son momentos inolvidables, como cuando el Flora –agrega-... anduvimos durante cinco días en mulo, evacuando hacia el hospitalito a muchos campesinos, la única instalación segura. La decisión fue oportuna y precisa, pues al poco tiempo veíamos como el río arrastraba bohíos y techos, pero a ninguna persona.
En Santa Catalina, entre el campesinado que no lo olvida, transcurre el post graduado, luego Santiago de Cuba le brinda la especialidad de su vida: la cirugía, tesoro tan querido como la esposa y sus tres hijos.
A inicios de 1970, con su bata blanca de médico y el quirófano en la mente, traspasa el umbral del entonces hospital general Pedro A. Pérez. Son sólo tres los cirujanos: Fernando Gómez, José Villalón y el inolvidable Rafael Savón (ginecólogo). Luego se suma Pedro Urgellés.
“Intenté llevar un récord del número de intervenciones, pero al final me perdí. Hacíamos guardia cada cuatro día y al amanecer continuábamos trabajando y no faltaban tensiones; recuerdo una noche de carnaval llegó una paciente con una puñalada en el tórax. Con la instrumentista como asistente abordamos la cavidad, el pulmón estaba comprometido, pero salvamos esa vida.
“Así fue hasta 1979 en que comienza la docencia. La Habana apoya y se instaura el internado en Guantánamo”, comenta y calla con modestia; no dice cuánta vida salva con su ciencia y manos directamente y cuántas con su intelecto y magisterio de manera diferida. La cirugía tiene en la provincia una legión de excelentes especialistas, muchos de ellos salidos de su forja: Cecilio Porro, Guido Elías, Abelardo Urgellés, René Fernández, José Revé, Rafael Moró.
“El doctor Four –califica Porro- es mucho más que un profesor, es Maestro de la Cirugía en Guantánamo: tiende su mano paternal, educa, instruye, guía, orienta y forma dentro y fuera del quirófano”.
Entre marzo de 1981 y junio de 1983 los argelinos son sus beneficiarios como parte de una brigada médica cubana que brinda asistencia en aquella nación. A su regreso asume la consulta y programa de patología de mama dirigida al diagnóstico precoz del cáncer.
“Es importante la detección temprana de la enfermedad para salvar la vida y ello implica cumplir reglas elementales como el autoexámen; el reconocimiento clínico o el estudio mamografíico cuando existe criterio médico, y en algunos casos la cuadrantectomía, cirugía preservadora mediante la cual se extirpan nódulos pequeños”, aconseja el consagrado médico.
Son 71 los años de este especialista de segundo grado en Cirugía General, profesor auxiliar presto a iniciar un Doctorado en Ciencias Médicas, quien opera todas las semanas, mantiene la consulta, pasa visita, atiende a sus alumnos y como si fuera poco veinte años después de su vivir argelino (2001-2003), retoma el camino internacionalista en la empobrecida Haití.
“Tenía 68 años cuando me pidieron la segunda misión –explica-. La Navidad de 2001 la pasé en Miragoane, pequeño pueblecito entre la mar y la montaña, con una calle y un hospitalito, de tipo rural, donde nunca hubo cirujano. Fui el primero.
“Hacia guardia localizada de 24 horas y operaba de todo. La tan pobre como humilde población padece SIDA, tuberculosis, dengue, paludismo, malaria, tifus y parasitismo, enfermedades que le son endémicas. Pero su patología mayor es socioeconómica: una intervención quirúrgica le impone no sólo pagar la atención hospitalaria, sino comprar los medicamentos y hasta los útiles del salón: guantes, bisturíes, sueros... A los cubanos esto nos resulta simplemente increíble, inimaginable”.
La tarde y la conversación expiran. Las experiencias e historias desbordan la cinta de la grabadora. La casa está llena de recuerdos; en algún lugar se guardan medallas de combatiente de la clandestinidad, de las FAR, de internacionalismo, o la Piti Fajardo que una a una fueron un día imponiéndose en este pecho grande y humano de un hombre que con consejos cierra la entrevista:
“Los médicos tenemos que honrar esta profesión de abnegación, sacrificio por el prójimo, tiempo ilimitado, estudio permanente, en cuya práctica debe prevalecer la máxima y armónica relación con el paciente, un ser ávido de alivio y esperanza”.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Amigo guantanamero:
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Viva Cuba Libre

Carlos M. Escandón Díaz dijo...

Muy bien merecido homenaje al Profesor Paulino; todos los que hemos sido sus alumnos le debemos mucho y lo queremos.
Dr. Carlos Escandon.