lunes, 19 de febrero de 2007

Una doctora guantanamera en el Amazona



La apariencia de Lourrist Palomares Pickering, mulata cubana con reactivación genética española y jamaiquina, a la que suma ser guantanamera, de fortaleza oriental, determinaron su ubicación como exclusiva médica en la selva brasilera. Esta es la historia.


Inmutable quedó la doctora Lourrist frente al indio Gerardo, quien machete en mano la conminaba a entregarle la ambulancia, so pena de cercenarla. No imaginó el nativo los eventos nerviosos que desató en la mujer, quien con gran acopio de sangre fría respondió: “La ambulancia se va conmigo, a mi regreso arreglamos esto. Ahora me espera una parturienta en grave estado. Si me vas a matar, tendrás que hacerlo al instante”.


Acto seguido dio la espalda al desconcertado nativo y partió rumbo al deber que la había traído 15 días antes, desde la lejana Cuba, hasta la selva amazónica de Brasil, donde por primera vez un médico, por demás mujer, armaba su hamaca para compartir la vida con los pobres de esa tierra.
El auto rompía monte y ella reeditaba los acontecimientos de las últimas horas, cuando un joven llegaba a la mucola (aldea) baleado por otro como él. No le permitieron asistirlo. En torno al herido comenzó un ritual, le pintorreteaban la cara y sólo tras la ruptura de una arteria y el abundante manar sanguíneo se hicieron a un lado impresionados.


Fue entonces que la médica entró en acción: canalizó venas profundas, oxigenó y estabilizó al paciente, lo mantuvo vivo hasta que horas después se producía el rescate aéreo y la evacuación. Ironías de la vida, pensó y volvió a verse ante al atribulado padre del herido: el indio Gerardo.
La jornada fue única por su intensidad, sorpresas autóctonas, miedos, tensiones... empero, había viajado horas por inhóspitos lugares, logrado un parto feliz y regresaba de madrugada para, acompañada de la Primera Dama, la esposa del toshawua (cacique) ir al desafío de Gerardo.


Lo encontró despierto y lo encaró ahogada en un llanto de indignación incapaz de contenerla: “No merece ese trato quien da la asistencia, salud, amor y cariño que nunca recibieron. Te montas en la ambulancia –le ordenó al indio-, nos vamos a la capital, verás que salvamos a tu hijo, pero yo no vuelvo, te lo aseguro”.


La conciencia pudo más que la indignación. Retornó y a partir de ese momento la vida, las relaciones interpersonales dieron un cambio radical: Caetano Raposo, el toshawua, la declaró Reyna, su hija; Gerardo se disculpó, y a partir de entonces se abrieron los caminos de la misión médica, las decisiones de la Elegida representaban la voluntad del cacicazgo.


Principio


La experiencia de trabajo soñada por la doctora Lourrit Palomares, especialista en Medicina General Integral, comenzó a gestarse en diciembre del 2000. Conocía Brasil desde 1984, cuando el Festival Cuba vive. Su memoria registraba la fastuosidad de Río de Janeiro, Brasilia, Sao Paulo, pero ahora todo cambiaba, estaba en Boa Vista, capital del estado de Roraima, uno de los más pobres del país, asiento de la reserva indígena amazónica.


Había volado desde La Habana a Marquetía, Venezuela, y por carretera, tras un día de camino, llegó a Boa Vista. Una semana después tentaba al destino por los municipios Iracema, San Luis de Anaguá... buscaba la pobreza, donde pudiera ser más útil, y lo logró. “Nunca olvidaré el hallazgo”, comentó.


“Surgió la solicitud de un médico que conviviera en el área indígena. Esa era yo –afirma-. Los compañeros me pintaron aquello como una zona en desarrollo, con universidad incluida y nadie podía discutirme el derecho, pero...”.


Hoy, desde su despacho en el Sectorial de Salud, donde atiende la colaboración internacional, recuerda aquella partida a las cinco de la madrugada. Un viaje de cuatro horas y media en que desapareció la carretera y avanzaron a campo traviesa, entre criaderos de cobras, cascabel, yararaca, todas serpientes venenosas. El pecho se le apretaba, comenzó a faltarle el aire..., pero se sobrepuso.


Tres horas después estaban en Raposa, Sierra del Sol, su destino, una villa de mil 75 personas que le daban una bienvenida de lujo con el toshawua y la Primera Dama al frente: frutas, comidas, bebidas típicas y calurosas palabras por tener “por primera vez un médico, aunque fuera de costumbres blancas”.


“Me sentí en familia el primer instante -rememora la Doctora-: en plena selva había un nativo que sabía mucho de Cuba por relatos paternos, incluso tenía palmas en su patio. Otro estudiaba Medicina en la Isla… desperté del ensueño cuando mis compañeros partieron. Rompí a llorar y los nativos entristecieron. Les dije que era la emoción, pero me sentía sola en un mundo totalmente desconocido”.


Esa noche un grito estremeció la aldea. Una veintena de murciélagos se abalanzaron sobre la forastera, quien pedía aterrada la liberación de “esos bichos”. Quince días transcurrieron sin apenas dormir, manteniendo encendida cuatro velas en torno a la hamaca con mosquitero, única existencia en la rústica habitación visitada cada noche por arañas y cobras.


Un capítulo de cuatro años


En 30 mil se estima el número de pacientes a atender en el área indígena encargada. Proceden de dos etnias principales: Macuchí, bastante relacionados con el hombre blanco, y los Yanomami, arraigados a costumbres muy primitivas: generalmente no usan ropas; practican el incesto y abandonan a su suerte al recién nacido mal formado.


“Los principales problemas de salud de las comunidades indígenas comienzan con la ausencia de infraestructura asistencial -apunta la especialista en MGI-. Sus médicos se asientan en la capital del estado y exprimen la vida a los pacientes, con carísimos y generalmente innecesarios estudios. A diferencia, los cubanos, con interrogatorios, y exámenes físicos y clínicos gratuitos resolvíamos los problemas, quid del rechazo del Colegio Médico Federal.


“Atendíamos unos 120 casos diarios de malaria; tuberculosis, sarampión, rubéola, paperas y lahismaniosis, una enfermedad que porta el perro y que en humanos puede afectar las vísceras o la piel. La mortalidad infantil es muy alta y sin registros hasta nuestra entrada en escena, en que comenzamos a aplicar los métodos de Cuba: dispensarización, cartón prenatal, seguimiento y parto en el hospital indígena de la capital siempre que era posible; pesquisajes de enfermedades crónicas, vacunación múltiple y masiva...”.


Con el apoyo de la Fundación Nacional de Salud (FUNASA) que preconiza acciones a favor de las comunidades indígenas, la doctora Palomares impartió curso de Parteras en Casa y formó al menos a 24 agentes de salud nativos adiestrados en uso y aplicación de sueros, tratamiento al paciente diabético y otras enfermedades crónicas.


“El entrenamiento era imprescindible por razones derivadas, en primer término, de la ausencia médica y la precocidad de los embarazos: es habitual que con la primera menstruación las niñas inicien la vida sexual para garantizar la multiplicación de la etnia. Al final de la jornada se quedarían sin mí, y eso me atormentaba”, apunta la Doctora.


La preocupación le venía de la experiencia, como la de aquella bien avanzada noche en que llegó a su cuarto una niña de 11 años en trabajo de parto. A la luz de la vela vino el primer bebé, pero pujaba por salir en posición pelviana un segundo, lo que complicó mucho las cosas.


Otra vez pudo ser más trágico: un parto lejano, con el río embravecido por medio. Se aventuraron a cruzarlo y terminaron en un remolino aguas abajo. Vencieron el trance con mucho riesgo y sacrificio, creyeron morir y estuvieron a punto. La misión la criticó, pero salvó dos vidas a riesgo de la suya. “Asi somos”, confesó.


Epílogo


“No pude anunciar el regreso. Los cuatro años fueron muy importantes en la vida de la comunidad indígena y en la mía. Ahora el nudo en la garganta era mayor que cuando llegué. El solo hecho de designárseme como jefa de la misión médica del estado y tener que radicar en Boa Vista, provocó una huelga indígena que sólo transigió con la promesa de cada mes permanecer una semana en la Villa. No aceptaron a nadie más.


“Les dije, con mucho dolor, que venía de vacaciones. No los vería más, no lo sé -murmura con nostalgia y ojos humedecidos-. Aprendí mucho de ellos, pero al final me siento una mujer enteramente feliz, realizada como médica, con una experiencia como la soñé: entre gente muy humilde, culturalmente diferente que me enriqueció profesional y espiritualmente, y que quisiera algún día volverlos a ver”.

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