Por Ariel Soler Costafreda
Fotos: ACN, cortesía de Ramón Ortiz y Autor
Baracoa evoca por estos días a Julián Columbié, el Chino
Padre del Toa. Añora sus balsas tiradas
por güinches, que en los años 50 del pasado siglo cruzaban sobre el río más caudaloso
de Cuba, y lo convertían en pista navegable para personas, mercancías y hasta vehículos, de una margen a
la otra.
Los lugareños en ambas orillas también recuerdan el viejo
puente de madera, hincado sobre pilotes, rasante al cauce, que reemplazó el
trasiego por balsas, y se burlaba de las furias "toanas", al sumergirse bajo las
crecidas y ser inmune a la avalancha de todo lo que la corriente embravecida
arrebataba a la selva amazónica de su
cuenca.
Luego emergía, a veces trasquilado, pero unas tablas y pocos
clavos cicatrizaban sus heridas abriendo nuevamente el paso de Este a Oeste o
viceversa, eso sí, solo en una dirección a la vez. Así fue siempre, hasta que
el 17 de octubre de 1989 la geografía en Paso del Toa comenzó a cambiar.
Llegaron 20 hombres de la brigada de puentes del pre
contingente Pedro Soto Alba, adscripto a la Brigada de Viales de la Empresa
Constructora de Obras de Arquitectura e Ingeniería (ECOAI) de Moa, e hincaron
las cuchillas de los Komatzu en las arenas del río para desviar su cauce de 200
metros de ancho.
El Toa, que en voz indígena significa rana, soportaba “el
vejamen”. Hirieron su lecho con perforaciones, cimentaciones… hasta que “el
insulto” se hizo insoportable.
Así quedo: apenas dejó vestigios de lo que fuera un gigante de 225 metros y más de 23 mil toneladas de peso. |
Era febrero de 1990 y
las lluvias cargaron los 72 afluentes del río y estos convirtieron al
“arroyito”, nacido a unos 480 metros de altura sobre el nivel del mar, en
Yateras, a 130 kilómetros de la desembocadura, en fuerza descomunal que arrasó
el hacer constructivo humano y borró de una crecida “la ignominia” que le
imponían casi a la cara del Atlántico.
Fue la primera lección para proyectistas y ejecutores.
Vinieron las rectificaciones y las estadísticas históricas que marcaron,
precisamente el 4 de octubre de 1963, la crecida hasta entonces récord, bajo la
égida del Flora, “razón por la cual se elevó un metro más, hasta siete, la
rasante del puente, con lo que creíamos la obra sería inmune”, comenta con
tristeza Martha Bru López, una de las ingenieras que orgullosa debutaba con esa
obra.
Pero después del Flora, el 6 se septiembre de 2008 el
huracán Ike, con sus fuertes lluvias, provocó el desbordamiento de los ríos tributarios de su cuenca y el Toa rompió la marca anterior del Flora por la elevación de las aguas , que prácticamente rozaban la rasante del puente y lo hacían zumbar y
temblar aterradoramente.
“Regresaba de La Habana por carretera –continúa la ingeniera-
cuando me llegó la noticia. Increíble. El Toa derribó el mayor de los 28
puentes que hicimos en el vial Moa-Baracoa, un viaducto de 225 metros de largo,
con siete de ancho sin incluir otros 4,20 de aceras, suspendido sobre 16
pilotes hincados cada uno a 18 metros de profundidad en el lecho.
El antiguo puente de madera resultó imbatible para el Toa. Si crecía le pasaba por arriba con todos sus arrastres. Al bajar las aguas emergía invicto y quizás necesitado de algunas tablas y clavos. |
“La furia del río, superó el empuje y crecida del Flora,
justamente otro 4 de octubre, 53 años después. Increíble –repite- destrozó 10
bases con 3 columnas cada una (30 en total), 90 vigas, 972 losas, 532 columnas
pretiles sustentadoras de las barandas de seguridad, sumergió en instantes 14
horas de trabajo diario durante 13
meses.
“Mucho más: 800 metros cúbicos de hormigón fraguados en la
estructura, 80 toneladas de acero, 75 de cables de alto límite elástico empleados
en el postensado… un majestuoso puente de 23 mil 957 toneladas de peso, capaz
de soportar 110 en movimiento encima de él, ya no existe. Lo "ahogó". ¡Qué
dolor!".
Cuentan que en los estertores, como dando su grito de muerte, crujió y tronó al despedazarse para ipso facto
desaparecer en las achocolatadas y extremadamente aceleradas aguas que lo
arrasaban todo.
Tanto o más sienten los pobladores de ambas márgenes, sobre
todo los del lado Oeste por la abrupta separación de su eje político-administrativo,
de sus servicios básicos, aunque nunca estuvieron solos y muy pronto sintieron
en los consejos populares de Cayo Güín y Nibujón el abrazo solidario y material
de los hermanos holguineros con Luis Torres Iríbar, presidente del Consejo de
Defensa de la vecina provincia a la cabeza.
Ahora las miradas desde un lado y
otro recorren el desolador panorama de la rivera cruzada fatigosamente por dos
botes de remos que solo pueden cargar ocho personas, mientras decenas, en largas
estadías, esperan en ambas orillas la oportunidad de embarcarse. Las mentes, a
su vez, recrean el tiempo anterior, cuando transportes ligeros y pesados sorteaban maltrechas tablas y
alcanzaban seguros la otra orilla del Toa transitando por el viejo puente de
madera que desafiaba al Toa, de tú a tu, y se burlaba de sus crecidas
Puede ser ahora el paso de madera la solución paliativa más cercana. En
el lecho deben “vivir” aún los pilotes sembrados por los artífices de aquella
infalible obra de la ingeniería lugareña que garantizaba el paso todo el
tiempo, porque cuando crecía o bajaba mucho el río las balsas eran inoperantes;
las arrastraba y desaparecía, o encallaban en su lecho.
Por estos días se recuerda a los artífices de viaducto de tablas y horcones: Basilide,
Amelio y Leoncio Utria; Eleno y Luis Gamboa, (los hermanos Comando); Diógenes
Baratute, Olimpio Urgellés, Eutimio Hernández, Ochoa y Antidio, y también a Lizardo Bertolín, proyectista
del gigante de hormigón materializado por Marciano Sánchez y que en 2008 fue reconocido como una de las siete
maravillas de la ingeniería civil guantanamera al que ahora se dedica la postrer despedida
EPITAFIO
“Aquí yace, bajo las aguas del Toa, mi ayer
imponente estructura de 225 metros de largo y 23 mil 957 toneladas de peso, sucumbida
al empuje del más caudaloso e indómito, enfurecido por el tristemente recordado
huracán Matthew”.
EPD
Diciembre 1990 4 octubre 2016
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